De la simbiosis irrepetible de un clima, una tierra y unas variedades autóctonas surgen unos vinos particulares, sinceros, alejados de las tendencias actuales de elaboraciones impersonales. Esta premisa y la voluntad de ofrecer un producto de máxima calidad, es lo que marca el día a día de Ànima Negra.
Actualmente el viñedo está formado por unas 150 microparcelas situadas en un radio de 10 km. de distancia desde la propia bodega, en Felanitx, con la excepción de 5 viñas en la zona oeste de la isla de Mallorca.
Viñas viejas de callet, mantonegro, fogoneu, premsal blanc y giró ros plantadas en diversos suelos, que conviven entre árboles frutales (albaricoques, perales, melocotón, ciruelas, cerezos…), con bosques cercanos y con una gran exposición para aprovechar el viento marino.
La vendimia la hacemos manual y óptica que, a través de un sistema de gravedad, es transportada hasta los depósitos de acero inoxidable y cemento.
Pero lo más significativo es la utilización de levaduras autóctonas de las viñas propias de Son Negre a partir del banco genético formado durante años por la bodega para la identificación y selección de las mismas. Esto es lo que nos permite profundizar en la tipicidad de las variedades de la isla.
En los tiempos de la técnica y la rentabilidad se pierde el concepto de la calidad más pura y más cuando el ser humano se siente superior y está tentado al dominio desde su supuesta inteligencia. Esto ha significado el sometimiento de la viticultura a los intereses básicamente económicos de los que desean elaborar vinos como negocio y estatus social; no conocemos ricos que se sumen al cultivo de la patata ni la remolacha… ¡no queda bien! Sin embargo, plantamos vides en campos de patatas y remolacha si es del interés del humano de turno.
El cambio en el clima va a dejar todavía más al descubierto estas tácticas empresariales tomadas de espaldas a la naturaleza. Las correcciones para disimular los desequilibrios, sin duda, van a ser más agresivas y por tanto, la calidad del producto final se va a poner en peligro. Aunque se pueda salvar la calidad en el ámbito de la cata, las dudas van a ser muy grandes desde el punto de vista moral.
Ante esta situación no vemos otra salida que la humildad ante la tierra que nunca se debió perder. Ahora tendrá que ser de forma más radical; nos vamos a tener que olvidar de etiquetas de “calidad” que no han sido más que estrategias publicitarias y regresar al intento de entender en profundidad el funcionamiento de las plantas y no obligarlas a que nos den lo que no son, siguiendo solo nuestros caprichos.
Debemos de realizar la enología en el campo, y que la bodega sea solo un templo de conservación de la autenticidad de la relación entre la planta, el suelo y el clima.